
Guía para el Sacramento de la Reconciliación 3. Aunque sabemos que todas las personas son pecadoras, puede ser difícil reconocer nuestros propios pecados. A veces se necesita gran valor confesarlos pero, al hacerlo, experimentamos paz y dicha como resultado de la gracia de Dios. El sacramento de la reconciliación nos concede el perdón y la sanación que necesitamos. Él vino a sanar el cuerpo y, sobre todo, a sanar el alma al predicar el arrepentimiento para el perdón de los pecados. Los apóstoles fueron los primeros obispos; sus sucesores, los obispos y sacerdotes de hoy, realizan con diligencia ese ministerio de perdonar los pecados. Confesar nuestros pecados a un sacerdote puede ser difícil y hasta vergonzoso, porque confesar nuestros pecados a otro ser humano significa asumir responsabilidad por los mismos, aunque esto nos ayude a romper con el dominio que el pecado tenga sobre nosotros. En esta vida, todos los pecados pueden ser perdonados si nos arrepentimos de ellos y buscamos el perdón de Dios. Dios perdona los pecados ordinarios de muchas maneras.
Supone siempre un esfuerzo. Los grandes orantes de la Antigua Alianza antes de Cristo, así como la Madre de Dios y los santos con Él nos enseñan que la oración es un combate. Contra nosotros mismos y contra las astucias del Tentador que hace todo lo posible por separar al hombre de la oración, de la unión con su Dios. Se ora como se vive, porque se vive como se ora. Unos ven en ella una simple operación psicológica, otros un esfuerzo de concentración para llegar a un vacío mental. Otros la reducen a actitudes y palabras rituales. En el inconsciente de muchos cristianos, orar es una ocupación antípoda con todo lo que tienen que hacer: no tienen tiempo. Hay quienes buscan a Dios por medio de la oración, pero se desalientan ligero porque ignoran que la oración viene también del Espíritu Santo y no solamente de ellos. La humilde acechanza de la oración Frente a las dificultades de la oración La dificultad habitual de la oración es la distracción.
Pues bien, su Espíritu que lo revela nos hace conocer a Cristo, su Verbo, su Palabra viva, pero no se revela a sí mismo. Empero a él no le oímos. No le conocemos sino en la acción mediante la cual nos revela al Verbo y nos dispone a admitir al Verbo en la fe. El Espíritu de verdad que nos desvela a Cristo no habla de sí mismo Jn 16, Un ocultamiento tan discreto, propiamente divino, explica por qué el mundo no puede recibirle, porque no le ve ni le conoce, mientras que los que creen en Cristo le conocen porque él mora en ellos Jn 14,